Enrique de Hériz nos ha dejado el siguiente comentario para el blog:
Mario Galván, el maestro de magia de
Manual de la oscuridad, se llama así en homenaje a
Mario y el mago, novela corta de Thomas Mann. El ejemplar que conservo es de José Janés Editor, publicado en el sello Club de los lectores en 1955. Debí de robárselo a mi madre, porque es anterior a mi nacimiento. La he leído una docena de veces. Siempre me ha fascinado que Mann se atreviera a escoger como protagonista a un tipo tan desagradable, al que presenta como un «jorobado engreído», incapaz de refrenar sus deseos de darle a la botella siquiera mientras actúa, entregado a hurgar de manera mísera en los defectos ajenos y, sobre todo, escondido en una falsa pretensión. Porque Cipola, el supuesto mago, no es tal. Se acoge a esa definición para “echar polvo en los ojos de la opinión pública”. En realidad es un hipnotizador, pero las ordenanzas policiales le impiden presentarse como tal. En el pueblo italiano de Torre di Venere, Cipola hipnotiza al joven Mario: un camarero ingenuo, querido por todos, metido en penas de amores. Y mancilla su ingenuidad burlándose de él. Para Mann, la magia es apenas una excusa para hablar en términos metafóricos de la Italia de Mussolini, de la capacidad de algunos farsantes para subyugar a pueblos enteros con sus falsedades. Al gran escritor, esta historia breve le valió la primera enemistad del incipiente nazismo alemán. En la novela, Cipola termina su actuación postrado en el escenario, con dos balas en el costado. En la vida existe también una cierta noción de justicia, sólo que suele tomarse más tiempo.