viernes, 3 de abril de 2009
¡Hormigas!
Estos bichos enloquecieron a Darwin. Cuando ya todos los integrantes del reino animal tenían su sitio en el esquema, las hormigas circulaban por su cuenta. No había manera de adjudicarles un lugar en la cadena, de encontrarles antecesores o sucesores. La Iglesia las usaba contra la ciencia: “¿lo veis?”, decían. “Las hormigas no descienden de nadie. Son obra directa de dios.” Hasta que alguien dio con una pieza de ámbar arrojada por la tormenta entre la arena de Cliffwod Beach. Y vio que dentro había un bicho extraño: ni avispa, ni hormiga. Un bicho que, hace noventa millones de años experimentó en carne propia, y tal vez a su pesar, la obligación de evolucionar. Como Víctor Losa, aunque todavía no lo sabe.
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